Corría el minuto 44 en Murrayfield, Edimburgo. Los Pumas, hasta ese momento, habían pisado todos los “cardos” imaginables: cada espina dejaba una herida profunda y el equipo de Felipe Contepomi no encontraba la forma de imponerse. Escocia dominaba en las formaciones fijas y también en las móviles, forzaba pérdidas inesperadas y castigaba cada desajuste con precisión quirúrgica. El 21-0 era el reflejo crudo de esa diferencia: tres tries, un rival históricamente incómodo -el historial marcaba 13-12 para el “Cardo” y la última alegría argentina en ese estadio se remontaba a 2009- y, sobre todo, la amenaza de perder la sexta plaza del ranking de World Rugby, clave para ser cabeza de serie rumbo al Mundial 2027. Las chances de una reacción eran mínimas, casi nulas.
Pero fue justamente allí, en ese punto límite donde el partido parecía sentenciado, cuando algo cambió. La garra, el carácter, la resiliencia irrumpieron para empezar a torcer la historia. Y dejaron en claro algo que vale para cualquier partido: hay que batallar hasta el final, incluso cuando todo parece perdido. Esa idea fue la que empujó a Argentina para lograr una épica victoria por 33-24.
El entrenador sabía lo que estaba en juego. Ser cabeza de serie dependía en buena medida de este resultado, y Escocia había afrontado el encuentro como si fuera una final. Durante 44 minutos, el equipo de Gregor Townsend había sido ampliamente superior. La prueba contundente fueron los tries de Jack Dempsey -se escurrió en un hueco entre Pedro Rubiolo y Mateo Carreras- y del hooker Ewan Ashman, que rompió varios intentos de tackle y consiguió dos conquistas casi calcadas. A eso se sumaba la efectividad del apertura Finn Russell, intratable de cara a los palos. Para colmo, Argentina no había podido ejecutar ninguno de sus planes: estuvo imprecisa, falló dos penales con los que Juan Cruz Mallía podía haber descontado, acumuló pérdidas y, lo más preocupante, parecía haber extraviado ese espíritu de lucha que suele ser su sello. Y había un dato que agravaba aún más el panorama: si Escocia mantenía la diferencia de 15 puntos o más -como estaba ocurriendo- desplazaría a Los Pumas del sexto puesto del ranking, el último que aseguraba ser cabeza de serie en el Mundial 2027. La urgencia era total. Había que reaccionar como fuera.
Contepomi miró al banco y decidió jugar un pleno: realizó cinco cambios en una sola ventana. Era su apuesta, su intuición. Quizá no tenía certezas sobre una posible remontada, pero sabía que había que emparejar el trámite. Ingresaron Thomas Gallo y Francisco Coria Marchetti por Pedro Delgado y Mayco Vivas; Pablo Matera por Joaquín Oviedo; Agustín Moyano por Simón Benítez Cruz; y Santiago Carreras por Gerónimo Prisciantelli. Había sacudido la estructura del equipo para buscar experiencia, impacto y, sobre todo, más contacto.
Escocia, en tanto, parecía no aflojar: seguía con gran fluidez de juego y casi no cometía errores. Pero el exceso de confianza también puede abrir grietas, y el plan escocés empezó a resquebrajarse cuando Blair Kinghorn vio la tarjeta amarilla y dejó al “Cardo” con uno menos. Argentina intentó hacer pesar ese hombre extra y, luego de una jugada de pick and go, Agustín Montoya conseguiría el primer try para Los Pumas, que sería convalidado después de una revisión del TMO. Santiago Carreras aprovechó la ocasión para anotar el 21-7.
Ese try, corto en el resultado pero enorme desde lo anímico, fue el click necesario para Los Pumas. Demostró que, aunque faltaban 24 minutos, todavía quedaba una rendija por donde colarse. El ímpetu empezó a florecer en el rostro de los jugadores y, acto seguido, en el juego: en el avance siguiente, Rodrigo Isgró apoyó el segundo try. Carreras falló la conversión, pero Argentina ya estaba viva.
Russell intentó frenar el avance argentino sumando un penal que dejó el marcador 24-12. Sin embargo, después de varias fases pacientes a dos metros del ingoal, Los Pumas volvieron a golpear a través de Pedro Rubiolo. Esta vez, Carreras no falló y, con diez minutos por jugarse, Argentina empezaba a hacer pie. Y, seis minutos más tarde, tras una minuciosa revisión del TMO, el árbitro convalidó el try de Pablo Matera. Con la conversión del propio Carreras, Los Pumas pasaron al frente por primera vez en la tarde.
Y para sellar la remontada, Justo Piccardo quebró dos tackles, aceleró en un espacio mínimo y apoyó tras una corrida de más de diez metros. Carreras sumó la conversión final y el marcador quedó 33-24 para una Selección que, apenas media hora antes, parecía destinada a una derrota durísima.
Los Pumas habían pasado de caminar entre cardos a florecer en territorio ajeno. Cuando el resultado parecía escrito, fueron ellos quienes reescribieron la historia. Y en Murrayfield, donde no ganaban desde 2009, dejaron una lección que trasciende cualquier ranking: por más oscuro que sea el partido, siempre vale la pena dar pelea hasta el último segundo.